Se practica hace más de 3000 años en China y en 2007 fue legalizada. Y sin embargo, ¿cuántos de nosotros nos atreveríamos a aplicarla en nuestra anatomía?


Bueno, yo no doy un paso al frente. Prefiero comer el insecto a que me pique.


La terapia de picadura de abeja, como toda terapia alternativa, no está oficialmente aprobada por ningún estamento científico (aunque haya médicos que defienden a capa y espada su utilización para incluso el cáncer; ya vimos también que hay médicos que creen en demonios y vidas pasadas).


La idea de la terapia de abejas es colocar el insecto himenóptero en zonas determinadas del cuerpo del paciente, y ahí dejar que la ponzoña haga su efecto.


Según Joel Magsaysa, el fulano de la foto, asegura que usa las abejas para tratar pacientes con hipotiroidismo, parálisis y cáncer. Uf: palabras mayores. Deberían dejar ahora mismo de luchar en sus microscopios el acervo de científicos dedicados a erradicar esta enfermedad maldita del cáncer, y enfocarse en los agijones de las abejas o mejor: dejar que ellos se enfoquen en uno.


¿Para qué gastar millones en busca de una cura cuando Magsaysay tiene la cura al alcance de la mano en su colmenas.?


Según Magsaysay el veneno además aumenta el sistema autoinmune, permitiendo al cuerpo que se active los nervios y se cure a sí mismo. Y claro, el dolor generará adrenalina, y uno con la adrenalina no es que curará nada, sino que dopará el cuerpo mientras dure el efecto. Esto, en los mejores casos.


En los peores, si se trata de un paciente alérgico, las consecuencias no serán nada agradables.


Tengan cuidado si se atreven a esta terapia alternativa. No hay un estudio oficial que la respalde. Y que hayan pasado 3000 años y se siga practicando, sin un informe formal, ya nos lo dice todo.